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@autumn 5:53pm

¡Hola! Soy...

@autumn 5:53pm

Se concedió el...

@autumn 5:53pm

No alcanzó...

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Las pesadillas continuaban.
La muchacha se despertaba todas las mañanas sintiendo arcadas, abstraída de su propio cuerpo, su mandíbula doliente y cabello alborotado. Era un fantasma, una mera testigo de su pasado, incapaz de hacerle frente a sus propios alaridos de ayuda.Rocío, su psicóloga, le había dicho que debía hacerle caso a la información que sus instintos le otorgaban, que si sentía lo que sentía era por algo. Ariadna no lo creía así. ¿Y si se estaba engañando a ella misma? ¿Y si estaba exagerando? Era una persona dramática y algo mentirosa, siempre lo fue. Entonces, ¿por qué no sería así con respecto a este tema, también? No podía permitirse el lujo de creerse, porque si lo hacía, inmediatamente pasaba a ser algo real. Sin embargo, ¿no era ya algo real? El duelo y el luto por la niña que había muerto, por la adolescente que pudo haber sido pero que se había perdido en el camino y entonces jamás podría ser; la impotencia y el enojo de no haber podido identificar las señales antes, de no haber sabido salir de las peores circunstancias con mayor inteligencia; la aflicción y la miseria que el resto del mundo le hacía sentir por ser ella tan foránea a ellos, por no compartir sus experiencias o, en el remoto caso de hacerlo, por atravesarlas distinto. Todo era cierto, pero ninguna realidad podía permitir que ella dejase de esquivar lo inevitable y más obvio. Sí, sí, ¡lo veía! ¡Tan claro como la luna reflejada en los lagos recónditos del bosque! ¡La realidad injusta, cruel, miserable, bella! ¿Quién era ella, pues, si no un débil susurro deslizado a través del viento otoñal? Todo lo que la rodeaba era poesía y lo que le era ajeno era, por consecuencia, feo. Si buscaba la simbolización de la belleza con sus dibujos entonces su dolor era bello y no solo dolor.Había pasado muchos años creyendo que aquello sucedido con el hombre era una experiencia colectiva, y le daba culpa haber sentido asco por eso. Luego le enojó que haya sido algo individual. Y se enfermó.Su psicóloga, Rocío, le había hecho una serie de tests para "diagnosticarla", lo cual ella encontró no raro, sino aliviante. Significaba, ¡sí!, que su dolor era válido, que no había sido su culpa. ¿Seguía siendo bello? Eso no lo sabía con certeza. Lo que sí sabía, gracias a Rocío, su psicóloga, era que sus pensamientos eran poco realistas, sus ideas eran persecutorias, no ideales para su entorno, y sus niveles de confusión mental y ansiedad elevados. Al menos podía intentar buscar el crepitar del fuego, el crujir de las hojas y los atardeceres de verano en aquellas palabras de manual. Algo romántico debía de existir en ese conjunto de problemas porque, si algo había aprendido durante su infancia, era que el amor a veces se manifestaba con la falta de deseo y, obviamente, el dolor. No siempre del bello, no; pero dolor en fin.Su mamá le había comprado una amatista para ayudar con los malos sueños y le apenaba que no supiese que no estaba ayudando. Su mamá todavía no le había preguntado al respecto y, por lo tanto, Ariadna todavía no le había mentido. Se le hacía tan sencillo mentir, era tan fácil como extenderse y envolverse y guardar y salir y llorar y sonreír y vivir. No morir. No era tan fácil como eso. Quizás vivir tampoco era fácil, pero lo había estado haciendo durante los últimos diecisiete años, ¿qué tan difícil podía ser?Aún no lograba levantarse de la cama, la nítida e inquietante imagen de la pesadilla molestando y arañando su mente. Manos que iban más allá de lo permitido, besos no capaces de ser propalados y palabras imperativas, familiares. Sacudió su cabeza con el objetivo de alejar todo aquello pero persistía. Persistía. Persistía.Mientras se lavaba los dientes cayó en la conclusión de que no era especial. ¿Y qué si había pasado por terribles momentos? ¿Esos momentos habían sido lo suficientemente bellos como para sacar provecho de ellos? Allí estaba la pregunta. Para otros no estaba bien lo que hacía, no podía medir la validez de su sufrimiento por qué tan lindos eran sus dibujos basados en ese determinado sufrir. Allá ellos. Ella veía su salida así. La única posible.Y es por eso que no era especial. Esa experiencia no le había hecho dibujar nada bello. Si su lápiz no trazaba entonces su mente la engañaba: era la lógica del artista. Quizás el día en el que una obra majestuosa fuese expresada a partir de esa pesadilla ella podría tomarse su dolor en serio. Como no había aún sucedido, no podía."El artista es el creador de cosas hermosas. Revelar el arte y ocultar al artista es el objeto del arte." Palabras de un sabio llamado Oscar Wilde, reconocido escritor del siglo XIX. Si el arte no era hermoso no valía la pena. Ariadna no podía crear arte sin sufrimiento previo. Ergo, su pena debía tener algún tipo de valor. Era bella. Era bella. Era bella.Sus pesadillas eran bellas.. . .¿Continuar? | No

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Disgustos

Las gaseosas. El sonido que hace el metal contra el vidrio. Charlar con gente por obligación. La ropa de muchos colores.

Gustos

El té y el café. El otoño. Dibujar y pintar. Bailar cuando nadie la ve. Jugar videojuegos. La música. El arte.

ㅤㅤSe concedió el deseo de enfrentarlo. El encono del pasado la había atado, desarmado y acuchillado por lustros y la muchacha no iba a permitirlo más. Toda su vida sintió su pecho hundido, sus pies pesados, su cabeza apretada: eso iba a cambiar. Ni los labios ni las manos ni la voz de ese hombre iban a controlarle la existencia. Si no podía hacer bellas sus pesadillas entonces iba a convertirlas en sueños. Los sueños eran el arte que mantenían al artista vivo.Como un presagio o una serendipia esa noche su inconsciente no pensó en él, siendo en cambio reemplazado por un invento del próximo campamento scout. Despertó más descansada, de mejor humor. Casi lloró de felicidad. Besó a la amatista debajo de su almohada y se prometió a sí misma que besaría a su madre también. Besar, besar, besar. Besaría con amor, no con pena. Bella. Bella. Bella.Ya no sería más el Ícaro ni la Alcestis ni el Patroclo de su propia vida. No más ingenuidad, no más sacrificio. Alcanzaría el sol con sabiduría y amaría con egoísmo, pues esas eran las únicas maneras de sobrevivir a la exequia de su ayer. Lo haría con medicina, con terapia y con lo que fuese necesario para salvarse. Aún no era tarde. No era tarde. Tenía tiempo, había esperanza. Podía cambiar. No estaba arraigada eternamente a la única tristeza que conocía, seguro había alguna otra emoción para sentir. Durante mucho tiempo pensó que estar mal era lo único que podía conocer, que nació e iba a morir siendo el ser humano más miserable que pisó el planeta Tierra. Mordió sus labios, arañó sus manos y arruinó su voz intentando evitar lo inevitable. Ya no debía ignorarlo sino abrazarlo, abrazarse. Entenderlo, entenderse. Lo que le sucedió no fue su culpa. No había vergüenza, no había indecencia de su parte. Fue él. Fue él.La apatía que sentía por sí misma no iba a ser sencilla de deshacer pero estaba dispuesta a intentar pelear con su más fuerte instinto: se odiaba a sí misma desde antes de saber cualquier cosa. Supo primero dónde poner sus dedos para hacerse vomitar y años después dónde hacerlo para causarse placer. ¿Cómo iba a advocar por su propia felicidad si nunca antes la había tenido en consideración? Iba a ser un camino difícil, lleno de obstáculos, de días buenos y de días malos.Iba a encontrar la belleza no en su pena sino en su gloria.. . .¿Regresar? | No

ㅤㅤNo alcanzó con representar lo bello. Ella tenía que ser bella, ser la imagen única del arte. Sus piernas debían convertirse en la poesía que cualquier persona quisiese recitar, su rostro en el justo encuadre que cualquier fotógrafo quisiese capturar. Los ojos de pecadora que la chica tenía no le dejaban mirar más allá de la agonía que la rodeaba. ¿Cómo iba a ser una estatua de Hebe si no podía no pensar en las atrocidades que había cometido? "Dorian Gray", pensó, "no tuvo este problema". Pues la juventud era un regalo que pocos sabían aprovechar, y el personaje de ficción sólo pudo hacerlo completamente gracias a ese cuadro. ¿Quién podría, sino, no ser atormentado? No existía persona, estaba ella segura, capaz de ignorar su miseria y no sucumbirse y ahogarse en ella.La tristeza. Qué palabra extraña y abarcativa. Ariadna se ponía triste por todo, por nada y por algunas cosas. La ponía triste el calor, el frío, el sol y la lluvia. La ponía triste su serie favorita y la canción que más escuchaba. La ponía triste la forma en la que el atardecer no siempre se veía por su ventana. No sabía controlar la tristeza. ¿Cómo alguien vivía en paz si todo lo que lo rodeaba lo ponía triste? No era su culpa. No era su culpa que su cerebro estuviese roto. Era la culpa de él que ella estuviese averiada, estropeada: por algo las pesadillas con sus enormes manos, profunda voz y pegajosos labios la perseguían. La cazaban.El recuerdo la convertía en escarcha cristalizada, congelada en el momento de la injusticia y la verdad. Creía entonces que sabía volar mas apenas podía gatear en su propia ingenuidad. ¡Qué tonta había sido al siquiese imaginar que podía olvidar aquel afecto prohibido! Si cada vez que la rodeaba con sus brazos la bilis amenazaba con escapar de su garganta. Repugnancia, asco, disgusto. Culpa, culpa, culpa. Culpa. Culpa.Culpa.El auto la acechaba. Ella se quedó allí. Y esperó.Esperó.Y terminó.. . .¿Regresar? | No